Ahora me doy cuenta del principio del deseo:
una brasa roza a otra brasa y brota la llama
y la llama de pronto es luz, calor, historia y alimento,
siempre y cuando alguien se incline sobre ella
y en ella vuelque toda el alma por los labios entreabiertos.
Al fin y al cabo, ninguna chispa enciende la pradera;
sólo el corazón, cuando desea de corazón, arde y se expande.
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