Hace unos fines de semana fui a visitar a Jime a su nueva vida
en el campo. Pasamos unos días hermosos, rodeadas de perros y libros y vasos de
vino con soda. Una de las noches, antes de dormir, me acerqué a la biblioteca
que había en mi habitación improvisada para llevarme un libro a la cama. Miré
los estantes torciendo la cabeza y elegí uno, no recuerdo cuál, ese dato quedó
en la sombra. Me metí entre las sábanas frías apenas calentadas por el cuerpito
de la Yoli -la perra más simpática del mundo- con el plan de leer hasta
quedarme dormida. Cuando lo abrí, encontré una fotocopia doblada en cuatro. La
desplegué y entonces se abrió ante mí, perfecto, el recuerdo de un momento
compartido con Jimena cuando éramos compañeras de trabajo. Paradas cerca de la
fotocopiadora, yo sacaba de mi billetera un recorte publicado en Página/12 del
que ya le había hablado. Era un recordatorio de Enrique Osvaldo Berrotea
desaparecido el 9 de mayo de 1977. Lo había conservado porque me había llamado
la atención su texto, una mezcla de humor negro y nostalgia: “Hola guacho ¿cómo
andás? Para vos nunca pasan los años. A mi ya me están saliendo canas y vos
siempre con la misma cara.” Jimena también quiso tenerlo. Lo fotocopió, lo
dobló y lo guardó en su cartera, posiblemente en el libro que estaba leyendo
por esos días. Allí permaneció todo este tiempo hasta que, por obra del azar
que vaya a saber si lo es, lo encontré. Tapada hasta la nariz me quedé dormida.
La semana pasada, caminando por el barrio en un recorrido
habitual, desde la casa del Pelado a la mía, me topé con una de esas baldosas
que ponen los familiares y amigos de los desaparecidos en las casas donde
vivieron o donde fueron secuestrados o donde, como en este caso, estudiaron. Un
mojón de memoria. Pasé un millón de veces por ahí y nunca le presté atención a
ese pedazo de cemento con letras y piedritas de colores. Pero ese día sí. Otra
vez el azar. Leí los nombres de los seis estudiantes que hoy siguen
desaparecidos. Entonces creí reconocer a Enrique. Le saqué una foto con el
celular para verificar cuando llegara a casa si realmente se trataba de la
misma persona, "la misma cara". Efectivamente, era él.
Pensé en cómo, casi sin querer, Jimena, Enrique y yo somos parte
de la trama de un encaje invisible y luminoso.
Mayo de 2015
*Sara Paoletti nació en La Rioja, aunque no se note porque no
arrastra las erres. Dice que le gustaría escribir las cosas que sueña, que son
muchas. Y pequeños recuerdos familiares. Y escenas de la vida cotidiana. El
otro día, por ejemplo, vio llorar a un taxista en el semáforo. Se limpiaba las
lágrimas con un pañuelo de tela.
(Nota que agrego yo: además es mi amiga, la admiro y la quiero mucho)
2 comments:
Gracias Jime! Un beso enorme.
Qué hermosa historia!
Mariel
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