Wednesday, March 23, 2016

Un texto de Sara Paoletti*







Hace unos fines de semana fui a visitar a Jime a su nueva vida en el campo. Pasamos unos días hermosos, rodeadas de perros y libros y vasos de vino con soda. Una de las noches, antes de dormir, me acerqué a la biblioteca que había en mi habitación improvisada para llevarme un libro a la cama. Miré los estantes torciendo la cabeza y elegí uno, no recuerdo cuál, ese dato quedó en la sombra. Me metí entre las sábanas frías apenas calentadas por el cuerpito de la Yoli -la perra más simpática del mundo- con el plan de leer hasta quedarme dormida. Cuando lo abrí, encontré una fotocopia doblada en cuatro. La desplegué y entonces se abrió ante mí, perfecto, el recuerdo de un momento compartido con Jimena cuando éramos compañeras de trabajo. Paradas cerca de la fotocopiadora, yo sacaba de mi billetera un recorte publicado en Página/12 del que ya le había hablado. Era un recordatorio de Enrique Osvaldo Berrotea desaparecido el 9 de mayo de 1977. Lo había conservado porque me había llamado la atención su texto, una mezcla de humor negro y nostalgia: “Hola guacho ¿cómo andás? Para vos nunca pasan los años. A mi ya me están saliendo canas y vos siempre con la misma cara.” Jimena también quiso tenerlo. Lo fotocopió, lo dobló y lo guardó en su cartera, posiblemente en el libro que estaba leyendo por esos días. Allí permaneció todo este tiempo hasta que, por obra del azar que vaya a saber si lo es, lo encontré. Tapada hasta la nariz me quedé dormida.

La semana pasada, caminando por el barrio en un recorrido habitual, desde la casa del Pelado a la mía, me topé con una de esas baldosas que ponen los familiares y amigos de los desaparecidos en las casas donde vivieron o donde fueron secuestrados o donde, como en este caso, estudiaron. Un mojón de memoria. Pasé un millón de veces por ahí y nunca le presté atención a ese pedazo de cemento con letras y piedritas de colores. Pero ese día sí. Otra vez el azar. Leí los nombres de los seis estudiantes que hoy siguen desaparecidos. Entonces creí reconocer a Enrique. Le saqué una foto con el celular para verificar cuando llegara a casa si realmente se trataba de la misma persona, "la misma cara". Efectivamente, era él.

Pensé en cómo, casi sin querer, Jimena, Enrique y yo somos parte de la trama de un encaje invisible y luminoso.


Mayo de 2015

*Sara Paoletti nació en La Rioja, aunque no se note porque no arrastra las erres. Dice que le gustaría escribir las cosas que sueña, que son muchas. Y pequeños recuerdos familiares. Y escenas de la vida cotidiana. El otro día, por ejemplo, vio llorar a un taxista en el semáforo. Se limpiaba las lágrimas con un pañuelo de tela.


(Nota que agrego yo: además es mi amiga, la admiro y la quiero mucho)

2 comments:

sara paoletti said...

Gracias Jime! Un beso enorme.

Mariel García said...

Qué hermosa historia!
Mariel

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