Malabar
Sobre la blanca helada en los fondos
que ahora roza el sol de la mañana
baila la luz de fuego en el espejo
de hielo y se desliza en él un silbo
de patinador fantasma que hace
círculos o volutas en el aire
y se pierde en el monte del vecino
juntando leña imagino o resaca
de los cipreses y los pinos y es
la melodía que tirita pura
magia donde se montan los cucúes
de las palomas y un tanto después
todo el concierto que más bien parece
un silencio con plumas o un gorjeo
de terciopelo sobre la helada
haciéndonos despertar y decir
bajito al corazón del invierno
llegaste ya y sabremos si tenés
el malabar de gracia de las cosas
más pequeñas que sueñan como el silbo
fantasma el dulce y lejano calor
de un verano incierto
*
Arte ni parte
Demora el cuerpo su sintonía y más aún
demora la mirada en él, mirada que siente
lo que ve mas perdida en exceso de belleza
y dormida todavía en la bonanza,
nada ve,
visito al Tata en las mañanas y me quedo
mirando como trabajan, el Mario y él,
en la magia de las cumbreras y las tijeras
el invisible tejado se levanta
de aire todavía
bajo las ondas de los sauces y la charla
va de clavo en clavo y giros de la olorosa
madera mientras el Tata enseña, así, o asá,
y los sutiles movimientos del Mario,
lánguidos me hipnotizan como si una calma chicha
aquietara el cuerpo y también la mente
y no hubiera más
porqué que el del presente,
clavarla bien y cepillar la madera hasta que quede la seda
de su tacto, la seda del silencio rozada
por la brisa o el quiquiriquí filoso de un gallo,
replegada en este mundo que conozco tanto
o conocí de niña y se renueva siempre
la afinidad con lo amado, empiezo a oír,
a ver, y así las frases vuelven como corderos
al atardecer, de forma tal que ya no temo
si anacrónicos son mis poemas, si me debo
al presente o si ya fui, ni siquiera temo
a esa palabra mala de la que ahora habría
que huir como de un perro sarnoso:
lírica,
su fragilidad sí, su intemperie entregada
a cielo abierto, íntima, sin reparo ni cumbrera
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