Saturday, February 22, 2020

2 poemas de Elena Anníbali

en el pavimento queda
por la tarde
la sangre seca
de las perras en celo

algunos
las agarran del cuello y las hacen morir:
no soportan la libido gloriosa
que alborota los machos
los mechones de pelo en las puertas de alambre
el olor rijoso del orín
en los carteles de las tiendas

las perras son dóciles al entrar
en las bolsas de nylon
obedecen y se pliegan al tamaño
enarcan los huesos
se acomodan a la muerte
al silencio

conozco esa mansedumbre de haberla ejercido
basta tocar la marca roja en el cuello
para evocar soga y dueño
pero yo mordí la mano
y ahora tengo esta libertad
grande
en que me asfixio

(de tabaco mariposa)
 ...
tuve rabia y no pude dormir
tuve tristeza y no pude dormir
ni fumar, ni hablar entre dientes

pero el monte, esa noche, vino a mí
como un lagarto negro

me habló con su lengua de pájaros y neblina

me dijo: levantá tu corazón y andate
me dijo: levantá tu casa y andate
me dijo: levantá tu hijo, tus perros domésticos
tus papeles y andate

no te quiere el pez, ché, el río se pone sucio, vienen
las lluvias y la flor se pudre, la naranja se pone
amarga, el sirirí se esconde como si viera
al zorro que lo come
lo único que queda, el crespín, triste como vos, ché
triste cantando para vos

y yo le dije que había una ceniza espesa trabándome la sangre
ceniza de muertos, le dije, que no podía
caminar, andar, trocar el dolor en marcha
la rabia en marcha
le dije no, andate vos, lagarto negro, hermano
monte mío, le dije, y miré y vi
mi lengua hablando a quién
mis ojos mirando qué
mis pies sobre cuál tierra, cuál lugar

no estaba yo o nada estaba

apareció, entonces, una codorniz pequeñita y suave
un ave de ojos negros y mística, un ángel ave

se acurrucó a mis pies, me dictó los salmos de reconciliación
y mi corazón seco como un palo, empezó a echar flores de durazno

grandes flores de durazno y azahar rompían mis costillas
y yo verdecía, y ah!... me elevaba, pues, frutalmente,
yo tocaba al mismísimo señor de los montes y de los cielos

me tocó con sus manos de mamita el ave de fuego

cantando volví a mi casa, cantando
levanté los árboles talados, aparté las hierbas malas
di pan a mi hijo a quien ya le asomaban dientes, di
agua buena, clara

monte suspiró, una electrizante bandada de pájaros
me saludaba

la hondura de la mañana era todo gloria y regocijo

(de Curva de remanso)
 
 

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