Monday, March 04, 2013

ENTREVISTA A SERGIO BIZZIO / "Me gusta corregir: es como pasar la lengua por la espuma de un licuado" /




Por Jimena Arnolfi


Bizzio dice que le gustan las frases transparentes en el sentido japonés del término: cuanto más clara es la oración, más sentidos adquiere y resulta más engañosa. Entonces se acuerda del final de una de sus novelas: “Ser serio es dejar que el mundo haga con uno lo que quiera”. Es clara, pero ¿qué quiere decir? Bizzio dice que ese es el efecto que busca. “Me gusta corregir: es como pasar la lengua por la espuma de un licuado”, agrega. Bizzio está leyendo mucho a los japoneses y recomienda obras como El pabellón de oro, Elogio de la sombra y Lo bello y lo triste. Recuerda a Fogwill, Héctor Viel Témperley y Charlie Feiling. Habla de la música de Ariel Pink, “una especie de Kurt Cobain deformado que hace un pop psicodélico esperimental”. Es importante decir que todas las novelas de Bizzio empiezan brutalmente. Por ejemplo, la primera oración de Rabia: “Cuando vos naciste, yo estaba acabando”. O la de Era el cielo: “Cuando llegué, dos hombres violaban a mi mujer”. Bizzio está presentando su libro número 22. “Borgestein me atacó en dos ocasiones. La primera vez no pasó de un empujón y un golpe en la cara; la segunda intentó matarme.” Así empieza Borgestein. Bizzio cuenta que cuando se sumerge en una historia puede estar escribiendo literalmente todo el día y que ahora necesita dedicarse a algo que genere dinero como el cine. Su padre –primo hermano de Federico Luppi– era el dueño del único cine de Ramallo, el lugar donde nació. Cuando los otros pibes de su pueblo prendían la televisión, él no tenía más remedio que irse al cine. Se acuerda de una escena de la película Zorba, el Griego, con Anthony Quinn, que lo impactó mucho cuando era chico: la del moribundo encerrado. Muchas de las novelas de Bizzio fueron llevadas al cine. El mexicano Guillermo del Toro produjo su novela Rabia, Emilie Deleuze –la hija de Gilles Deleuze– va a dirigir Realidad en Francia y él mismo Bizzio está por estrenar Bomba, una película que dirigió y fue recientemente seleccionada entre más de cien películas para representar a la Argentina en Ventana Sur, el mercado de cine latinoamericano creado por el Incaa.
–Los comienzos de tus libros causan impacto desde la primera línea.
–Mejor. De todos modos, no es deliberado. Yo empiezo a escribir a veces con una frase, a veces con una idea y a veces con una escena. En el caso de Borgestein, me gustó mucho la idea de un hombre que lucha contra una cascada. Un hombre luchando contra el sonido del agua. Esa idea me resultó muy estimulante. Alrededor de eso había que inventarlo todo.
–¿Y descontrolarlo?
–¿Alguien tiene el control completo de su vida? Sin embargo, al protagonista de Borgestein lo único que parece habérsele ido de las manos es la relación con su mujer, que es muy particular. Hace más de un año que no se ven despiertos. Cuando se casaron, ella era todavía una actriz subterránea, pero enseguida empieza a trabajar en una obra de mucho éxito, y cada noche vuelve a su casa cuando él duerme. Y cuando él se levanta a la mañana, la que duerme es ella. Así que se comunican por medio de notas, y a veces también por teléfono. Es un matrimonio irreal. Se ven siempre dormidos. Él es psiquiatra, y una tarde uno de sus pacientes, un psicópata de apellido Borgestein, lo apuñala a la salida del consultorio. Esa puñalada lo hace dejar la ciudad y abandonar a su esposa para instalarse en una casita de estilo japonés en la montaña.
–Hay elementos que se encadenan en la novela. Además de los personajes principales, están la cascada y Gualicho, el loro adicto a la electricidad.
–Hablando de la novela con un amigo me di cuenta de algo que no había notado mientras escribía. Y es que el psiquiatra está todo el tiempo escapando de un rumor. Primero del rumor de sus pacientes, entre los que se destaca Borgestein. Después, de los rumores relacionados con su mujer, que se hizo famosa y aparece en los diarios y revistas. Después está el loro, Gualicho, que también puede asociarse a la idea del rumor, el loro parlanchín, un loro adicto a la electricidad. Y finalmente está el rumor de la cascada. Junto a la casa hay una cascada muy hermosa, un salto de agua que cae en una hoya y que produce un ruido ensordecedor. El psiquiatra se alejó de los otros rumores, pero el ruido de la cascada empieza a perturbarlo y decide llenar la hoya de piedras para silenciarla.
–¿Por qué decidiste que el psicópata Borgestein fuera poeta?
–Es un paciente psiquiátrico que escribe poemas. Escribe poemas pésimos, poemas de corte metafísico o espiritual, muy aburridos y solemnes. Excepto un poema, que lee en una de sus sesiones y que al psiquiatra le causa mucha gracia. El poema empieza diciendo: “Nada justifica que yo corte esta línea en dos, pero / fui a sentarme y se me vino encima el sillón”. El psiquiatra comete el error de reírse. Se ríe sin malicia, se ríe porque el poema es humorístico, y atribuye el cambio a un acierto en la medicación, pero Borgestein no lo entiende así y se ofende. El psiquiatra cree que esa es la razón por la que Borgestein intenta matarlo una tarde a la salida del consultorio. Yo había escrito ese poema cuando Fogwill se internó la última vez, pensando que cuando se mejorara un poco lo iba a leer y se iba a reír. Pero no alcanzó a leerlo. A partir de ese momento le atribuí el poema a Borgestein. Ahí empieza la novela.
–¿Seguís escribiendo poesía?
–Menos que antes. La poesía quedó ligada a la pura inspiración. Lo que sí hago es leerla, y mucho. Y a veces escribiendo una novela o un cuento aparece algo independiente del texto que deriva en un poema.
–Si la poesía quedó ligada a la pura inspiración, ¿la narrativa se presenta como el espacio de búsqueda y trabajo?
–A mí me divierte escribir, lo disfruto. Pero soy bastante haragán. Si me atasco, si algo me da mucho trabajo, lo dejo. No soy un escritor obsesivo, por suerte. Sigo por otro lado o con otra cosa.
–¿Cómo es el proceso de corrección de tus novelas?
–Para mí corregir es escribir adentro de lo ya escrito. Escribo una página y después hay un momento del día, en general a la noche, en que vuelvo a lo que escribí y trabajo ahí adentro, como entre líneas. Me gusta corregir: es como pasar la lengua por la espuma de un licuado.
–¿Cómo es tu trabajo con las frases?
–A mí me gusta que las oraciones sean transparentes y cristalinas. La transparencia es mucho más engañosa que la oscuridad, por otra parte. Los sentidos son sólo sentidos posibles y pueden querer decir más de una cosa.
–¿Por qué te parece que llama la atención que no presencies conferencias, charlas y festivales?
–¿Llama la atención? No debería llamar la atención. A mí me aburren todas las actividades ligadas a la figura del escritor, no les encuentro ningún sentido y por lo menos para mí no tienen ninguna importancia. Prefiero quedarme en mi casa leyendo o haciendo cualquier otra cosa antes que pasar una semana en un festival con otros escritores, hablando de otros escritores, saliendo a cenar con gente que nunca vi ni volveré a ver. Congresos, presentaciones, viajes, toda esa cosa… No, no me gusta la figura del “escritor profesional”, yo no soy un escritor profesional ni lo quiero ser, no me interesa. Pero, por supuesto, que cada cual haga lo que quiera. Yo no voy.
–¿Tampoco te interesa la crítica literaria?
–Hay un minuto en el que estaría dispuesto a ahorcar al tipo que habla mal de lo que hago, pero es nada más que un minuto. Y cada vez es menos. Últimamente son apenas unos segundos. El libro ya está publicado. Si la crítica es favorable o desfavorable da lo mismo.
–¿Estás alerta a la hora de escribir?
–No, no estoy alerta a nada que esté por fuera del texto que estoy escribiendo. Yo escribo para mí, y no mucho más que eso. Además mis intereses van variando a medida que avanzo. Algo que me interesaba cuando empecé a escribir puede terminar tranquilamente siéndome indiferente un poco más adelante. Y concentrarme en otra cosa. No estoy alerta al efecto público. Dentro de la literatura, todo; fuera de la literatura, nada. Parece una fórmula. Y sí, esa es mi fórmula.
–¿Cuándo considerás que una idea se puede transformar en una novela?
–No lo sé. Tengo algunas ideas que no me siento capaz de escribir, por la razón que sea. Las mastico y las mastico, y nada. Es como masticar una pelota de fibra que nunca termina de disolverse. Rabia, por ejemplo, fue una idea que tuve muchos años en la cabeza. Intenté escribirla dos o tres veces y no sabía realmente cómo. Hasta que de pronto cuajó, por decirlo de alguna manera. Yo pasaba siempre por la esquina de la avenida Alvear y Rodríguez Peña. En esa esquina hay una gran casa de tres o cuatro plantas, una de esas grandes mansiones que todavía son usadas como vivienda particular y no como embajadas o consulados. Y siempre veía una luz prendida, una única luz, a veces en la planta baja, a veces en el segundo piso. Un día me dijeron que ahí vivía una señora con su mucama. No sé si era cierto o no, pero eso fue lo que me dijeron, y se me ocurrió que ahí podría vivir una familia entera sin que la señora y la mucama se enteraran de eso. Ahí apareció la idea de Rabia, pero no la escribí enseguida. Pasaron años antes de que pudiera hacer algo con eso. Otras novelas arrancan sin ninguna dificultad, sin ninguna idea, literalmente sin nada aparte de una frase. Es siempre distinto.
–¿Podés estar sin escribir?
–Sí, ¿por qué no? Claro que prefiero escribir, es lo que me gusta hacer, pero ahora estoy más preocupado por el dinero que por la literatura. Intento que todo lo que se me ocurre desemboque en un guión de cine, por ejemplo, o en cualquier otra cosa con la que pueda ganar un poco de plata. Escribir es un lujo. Todo es gasto cuando uno destina seis o más meses del año a escribir una novela. Y digo que todo es gasto porque cuando yo escribo, escribo. No hago otra cosa. Escribo muchas horas por día, no tengo tiempo para nada más. No puedo escribir tres horas a la mañana y después trabajar en otra cosa. Escribo literalmente todo el día. Me sumerjo. Esa es mi modalidad.
–Muchas de sus historias fueron adaptadas al cine.
–Sí, y ocasionalmente eso me deja un poco de plata para escribir literatura. Por suerte, ahora hay una serie de productoras que están empezando a pedirme guiones. Me gusta escribir cine, no lo vivo para nada como un castigo. Y también se vendieron los derechos para cine de algunas de mis novelas. Con Rabia se hizo una película en España, la produjo Guillermo del Toro y la dirigió Sebastián Cordero. Creo que es una buena película. También se va a filmar Realidad en Francia, la va a dirigir Emilie Deleuze, la hija de Gilles Deleuze. Era el cielo la va a hacer una productora brasileña. Lucía Puenzo hizo XXY. Y estoy en conversaciones con un productor interesado en filmar El escritor comido. Veremos. Ahora estoy terminando de editar una película que dirigí unos meses atrás y que va a estrenarse a principios del año que viene. Se llama Bomba. Esta semana la seleccionaron entre más de cien películas para representar a la Argentina en Ventana Sur. Estoy muy contento con la película. La protagonizan Jorge Marrale y Alan Daicz. La produjo Lucía Puenzo. Mi hijo Blas (14 años) hizo la música.
–Tu libro de cuentos Chicos termina con una frase de tu hijo. El título de tu poemario, Te desafío a correr como un idiota por el jardín, también es frase de él...
–No es que le robe, es que me gusta que participe (risas). Lo estoy citando mucho, ¿no? También tocó conmigo en Supersiempre. Para Bomba grabó la música en dos jornadas, una cosa increíble. La película cuenta la historia de un adolescente que viene de la provincia de Santa Fe porque ganó un concurso de historietas y lo invitan a presentarlo a la Feria del Libro. Llega con el tiempo muy justo al hotelito que había reservado en la 9 de julio. Deja sus cosas en la habitación, sale corriendo y se mete en el primer taxi libre que ve y resulta que se sube a un coche bomba. Aparte de Marrale y Daicz hay participaciones de Pablo Cedrón, Romina Gaetani y César Aira, que hace el papel de presentador en la feria del libro, y está muy bien César. Gran actor.
–Tu padre era dueño de un cine en Ramallo, el pueblo donde nació.
–Sí. En mi casa no había televisor pero mi viejo tenía el cine, el único cine del pueblo. Así que mientras los otros chicos del pueblo prendían la tele en su casa, yo no tenía más remedio que ir al cine. Y veía cada película muchas veces, porque la cartelera se renovaba muy de tanto en tanto.
–¿Qué te pasa cuando ves una historia tuya en el cine?
–La primera sensación es de desconcierto: no hay manera de que las imágenes mentales coincidan con imágenes filmadas. No hay forma y está bien que así sea. Uno imagina a los personajes de determinada manera, los escucha hablar de cierto modo, el tono de voz que elige el director es otro. Y está bien, tiene que ser así. Yo prefiero mil veces que el director haga su versión y no que lo suyo sea una mera ilustración del texto.
–¿Te obsesionás mucho con los personajes durante el proceso de escritura?
–Yo no diría “obsesión”. Yo trabajo de una manera muy irregular. Puedo pasarme medio año mirando al techo, que es lo que me sucede, y en algún momento me sumerjo en algo y puedo pasarme todo el día escribiendo durante meses. Con algunas pausas, para comer, para caminar o pasear en bicicleta, para moverme un poco. Pero no es una obsesión: me gusta estar ahí, es mi deseo, quiero estar ahí.
–Después de haber sido guionista de televisión, ¿qué podés decir del medio?
–Nada. La verdad es que no me gustaba mucho escribir guiones diarios de televisión, pero tampoco era para quejarse. Mi secreto era elegir, en la medida de lo posible, el peor proyecto. Si me daban la opción de escribir un programa de calidad o una telenovela de bajas pretensiones, yo elegía la telenovela de bajas pretensiones. ¿Para qué? Bueno, para que el compromiso intelectual o estético fuera mínimo y no me absorviera el trabajo, que suele ser mucho. De esa manera, estaba siempre mentalmente más o menos despejado y podía dedicarme a escribir literatura. El trabajo de guionista de televisión puede ser muy absorbente.
–¿Siempre lo viviste así?
–Es así. Al principio, cuando no tenía experiencia, me pasaba que lo que a mí me gustaba más era lo que peor funcionaba. Lo que más se acercaba a la literatura, por supuesto, no funcionaba de ninguna manera en la televisión, o los actores no podían decirlo con naturalidad o el director no podía grabarlo y lo eliminaba de un plumazo. Enseguida me di cuenta de que mientras más alejado de la literatura estuviera yo, mejor para el programa. Con el cine pasa algo parecido. El cine y la literatura son artes vecinas que conviene mantener separadas.

RECUADRO: “Increíblemente, la música es una de las cosas que menos se escucha”

"El corazón de Supersiempre es no saber, desaprender. Los músicos de la banda (Alan Courtis y Franciso Garamona) se pliegan a los no músicos (Alfredo Prior, Mariano Galperín y yo). Lo único que queremos es convertir al ruido en algo magnético. Es difícil entrar, lo reconozco, pero si uno entra puede tener una verdadera experiencia”, dice Sergio Bizzio quien hizo música toda la vida aunque no distingue un La de un Re. Se puede quedar horas pulsando unas pocas notas en una sola cuerda en estado de abstracción. Supersiempre está a punto de sacar su segundo disco, Los hielos de América latina, en medio de una ola de conflictos entre los integrantes de la banda. “Este es un disco mucho más comercial que el primero que es una pelota de ruido y electricidad. Digo que este disco es más comercial porque debe tener al menos unos 30 segundos de melodía. Una parte de la banda no quería ni la más mínima melodía y otra parte sí. La banda está fragmentada. Es una banda extrema en ese sentido: 30 segundos de melodía generan discusiones “, explica Bizzio.
–Cuándo escribís, ¿escuchás música?

–No, escribo en silencio, la música me distrae. ¿Viste que increíblemente la música es una de las cosas que menos se escucha? Muy poca gente escucha música. Parece mentira pero es así. La música es algo de fondo, algo para bailar, la gente habla encima de la música. Yo pongo un disco, apago la luz y me tiro en un sillón a escucharlo de punta a punta. Escucho música como leo un libro: no se puede leer un libro bailando o conversando con otro.


Una versión de esta nota fue publicada en Miradas al Sur el 25 de noviembre de 2012.

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