EL POEMA DEL MOMENTO
Wednesday, July 23, 2025
Claro que nos sirve la poesía - Maria Alejandra Flammini
Friday, May 30, 2025
Algunos poemas de Robin Myers
Para una amiga que no siempre tiene ganas de vivir
Las cosas se derriten, se inundan, se escabullen, se pinchan,
se desvían, se enferman, se fisuran y caen de rodillas
en la más increíble variedad
de circunstancias. Creo que tampoco
somos más que cosas desde una perspectiva
general, almas trémulas
garabateadas al pasar
sobre la cáscara del mundo en su erosión
de martillos neumáticos. Mirá
cómo junto letritas en terrones
de satisfacción aliterativa, rascando
algo para regalarte.
No sé mucho de vos
más allá de las razones por las que nos sentamos
un ratito juntas en unos bancos bajos de madera,
hojeando servilletas, la cabeza inclinada
hacia las palabras de la otra en reverencia
a la dificultad para encontrarlas. Creo
que estar así con alguien
es abrazar el suelo
con los pies, y ésa es
la única campaña
que pienso librar con vos o con cualquiera.
*
Poema de cumpleaños
El dolor vive en la atmósferacomo la electricidad. ¿Quién podría culparlopor llegar primero? Algunos días,en el subte, casi no puedo resistirla tentación de rozar con los labios el cuello de cualquieraque tenga enfrente: la frágil nuca de él, su lunartenebroso, los pelitos traslúcidos de ella. Tantas cosaspueden pasarle al cuerpo. Ciática,submarino, migrañas, balasde goma, melanoma, manos cortadas puestascon su par equivocado en bolsas de plástico y tiradasa la parte de la autopista que en inglés llamamos “hombro”:sé que la ligereza de la listaes peligrosa, que el dolor que se inflige y el orgánicono son lo mismo. Pero ambos son dolores.Soy más religiosa de lo que pensaba,o algo así. Espero mi turno. Le pasolas yemas de los dedos por la espalda a A. comosi ya estuviera lastimado; quiero sabersi tengo el bálsamoque sé que esta vida va a reclamar. Hay huesosque duelen para siempre, ojos borrados con ácidonítrico, ingles que se desgarran en el parto,una mujer que conocí en una clase de dactilografía de sexto gradoque murió tras subsistir a puro café negropor más de lo que dura el ciclo vital de la cigarra periódica.Mi fisioterapeuta me venda la rodilla con unos electrodosque parecen prolijos nenúfares en miniatura. Me tiemblan los músculos.Después usa una aguja, y se me escapa un gritoque nunca solté frente a nadieque nunca hubiera estado dentro de mí. Perdón, dice en voz baja,y sigue firme, Perdoname, lo siento.¿Qué les pasa a las células humanasque son miradas con amor? ¿Y a las quemiran? Una tardecon A., en un cuarto en la costa, estábamosen la cama con todanuestra piel casi quieta, una contra la otra,casi resplandecientes, un par de horas después de que el solse acordase de ardernos. Y nos miramos. Mirá,hinchazón por la gota. Mirá, muñón de brazo. Mirá, cicatriz de cesárea,congelamiento, herida de arma blanca, y vos también, delicado esternón aúnintacto, miren la sangre invisible, sientansu limpio golpeteo. Hoy cumplo treinta.Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.*Levanten la mano si alguna vezEl dolor vive en la atmósferacomo la electricidad. ¿Quién podría culparlopor llegar primero? Algunos días,en el subte, casi no puedo resistirla tentación de rozar con los labios el cuello de cualquieraque tenga enfrente: la frágil nuca de él, su lunartenebroso, los pelitos traslúcidos de ella. Tantas cosaspueden pasarle al cuerpo. Ciática,submarino, migrañas, balasde goma, melanoma, manos cortadas puestascon su par equivocado en bolsas de plástico y tiradasa la parte de la autopista que en inglés llamamos “hombro”:sé que la ligereza de la listaes peligrosa, que el dolor que se inflige y el orgánicono son lo mismo. Pero ambos son dolores.Soy más religiosa de lo que pensaba,o algo así. Espero mi turno. Le pasolas yemas de los dedos por la espalda a A. comosi ya estuviera lastimado; quiero sabersi tengo el bálsamoque sé que esta vida va a reclamar. Hay huesosque duelen para siempre, ojos borrados con ácidonítrico, ingles que se desgarran en el parto,una mujer que conocí en una clase de dactilografía de sexto gradoque murió tras subsistir a puro café negropor más de lo que dura el ciclo vital de la cigarra periódica.Mi fisioterapeuta me venda la rodilla con unos electrodosque parecen prolijos nenúfares en miniatura. Me tiemblan los músculos.Después usa una aguja, y se me escapa un gritoque nunca solté frente a nadieque nunca hubiera estado dentro de mí. Perdón, dice en voz baja,y sigue firme, Perdoname, lo siento.¿Qué les pasa a las células humanasque son miradas con amor? ¿Y a las quemiran? Una tardecon A., en un cuarto en la costa, estábamosen la cama con todanuestra piel casi quieta, una contra la otra,casi resplandecientes, un par de horas después de que el solse acordase de ardernos. Y nos miramos. Mirá,hinchazón por la gota. Mirá, muñón de brazo. Mirá, cicatriz de cesárea,congelamiento, herida de arma blanca, y vos también, delicado esternón aúnintacto, miren la sangre invisible, sientansu limpio golpeteo. Hoy cumplo treinta.Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.Éste es el regalo que le hago a mi cuerpo.*El brilloCavamos en las entrañas de la tierra, Nina.
La cortajeamos.
No tratamos de arreglarla.
Nos paseamos por sus profundidades,
colgamos luces donde la luz no llega,
hacemos cualquier cosa para avanzar más rápido
de lo que podríamos sin ayuda.
Les apuntamos con nuestras pistolas a personas que no tenemos intención de matar.
A veces las matamos.
Subimos a empujones a un ring a nuestros hombres
y ellos se empujan entre sí hasta sangrar e hincharse.
Hervimos langostas vivas.
Azotamos a los adúlteros.
Cometemos adulterio.
Desollamos ciervos.
Violamos a nuestros monaguillos.
Atropellamos peatones, que mueren al instante.
Morimos al instante.
Modelamos con láser nuestras córneas.
Incendiamos la huerta del vecino,
nos cortamos los muslos con hojas de afeitar,
les damos la espalda a nuestras hijas que lloran
todos los días del primer mes de primer grado
para que aprendan a abandonarnos.
Parimos, Nina,
parimos todo el tiempo.
Nos destrozamos las cutículas,
hacemos volar por los aires montañas,
lo olvidamos casi todo,
proporcionalmente hablando,
y decidimos quién tiene derecho o no a vivir
en el nuevo edificio de departamentos de lujo,
y levantamos museos sobre las ruinas
de aldeas masacradas, y seguimos de largo con determinación
al ver las convulsiones de alguien que aspiraba pegamento.
Aspiramos pegamento
y tomamos hasta decir cosas que no teníamos la intención de decir,
y les metemos sondas en la tráquea a nuestras abuelas,
y encerramos a chicas adolescentes en la parte de atrás de un camión
con un colchón debajo,
y nos surcamos de tinta la piel y nos perforamos la cara,
licuamos hielo y lo convertimos en espuma, domamos caballos,
desaparecemos, hacemos desaparecer a otros, mutilamos verbos,
y archivamos las cosas de la infancia,
e ignoramos a los hombres que alguna vez amamos,
y hablamos del amor en tiempos que no son el presente,
y nos tiramos de aviones,
y azotamos a nuestros hijos hasta que ya no pueden hablar nuestra lengua materna,
y arrojamos al mar nuestros deshechos,
y mentimos, Nina,
y apretamos con las manos la garganta de lo que deseamos
hasta que manos y garganta se ponen blancas.
Es verdad.
Pero también es verdad
que untamos una rodaja de pan con manteca ablandada
con un cuchillo ablandado.
Les confiamos los huesos a los colectiveros,
las nucas a los peluqueros,
los lóbulos de las orejas a las bocas confusas
de amantes que tal vez nos amen y tal vez no
pero que nos tocan como si pudieran amarnos.
Acariciamos con los dedos la corteza del abedul
al pasar.
Compartimos la sangre,
les repartimos chupetines a hombres adultos
para que no se desmayen al final.
Criamos los brotes de las papas.
Esperamos.
Quemamos el arroz, comemos el arroz,
señalamos las páginas marcando las esquinas,
buscamos una cara en cada cara que pasa
y la encontramos o no la encontramos,
y subimos con esfuerzo la colina y la bajamos como por un tobogán,
y cantamos apretando los ojos cerrados,
y cerramos las ventanas el día del desfile
para poder acostarnos juntos y escuchar todo lo que decimos,
y le dejamos al incendio de la casa que haga lo que quiera
con nuestras posesiones.
Que no tengamos otra opción
no tiene nada que ver.
Anhelamos.
Confesamos actos que no cometimos.
Nos lavamos los pies.
Nos reímos hasta que nos duele la panza.
Dejamos que se escape la tortuga.
Estamos convencidos de tener razón.
Acabamos, que es una manera curiosa de decir
que empezamos,
con una alegría que sería desoladora
si no fuera tan alegre.
Nos dicen que primero hay que aprender a disfrutar de la alegría
para después poder tolerar la desolación.
No.
Nos enseñan que primero tenemos que aprender a estar desolados
para después poder tolerar la alegría.
No.
Toleramos lo que podemos tolerar.
No.
No sabemos qué podemos tolerar.
¿No?
No sé, Nina,
no sé.
Vi a un chico con uniforme de la escuela caer de rodillas
con un gesto como de plegaria
o de traición,
o de cartílago roto en un partido de fútbol,
yo qué sé.
Vi a una mujer entrada en años retorcerse
después de un abrazo,
con un gesto de rencor
o de dolor,
o de deseo frustrado,
o de artritis reumatoide,
o de extrañar a su madre,
o de viejos terrores renovados,
¿y nosotras, Nina, qué podemos hacer?
Hacemos lo que podemos.
No:
conozco
a un tipo que,
hace unos años
caminaba por la banquina de la autopista
para sentir cómo, al pasar, los camiones con acoplado
le arqueaban el cuerpo hacia atrás, para sentir el campo minado
entre la raya amarilla y sus propios pies.
La mina. El campo.
¿Cómo llega el cuerpo adonde el mundo
le dice que no vaya?
Te lo estoy preguntando.
Nuestras opciones, al final, son pocas.
Amo a este hombre cuyo cuerpo dijo
que no quería
irse.
Y te amé a vos
que te fuiste.
Te amo, no te amé, amiga;
Perdoname.
No sabemos
lo que hacemos,
y nos provoca tanto asombro el maíz que brilla en el campo
como el pie que pisa la mina.
Acabamos, acabamos, nos acabamos,
Nina.
Brillamos.
Monday, May 12, 2025
Veintún poemas de amor I - Adrienne Rich
con pornografía, con vampiros de ciencia ficción,
mercenarios victimizados que se doblan ante el látigo,
también tenemos que caminar… al menos simplemente como caminamos
entre la basura mojada por la lluvia, las crueldades sensacionalistas
de nuestros vecinos.
Tenemos que entender que nuestras vidas son inseparables
de esos sueños rancios, esos borbotones metálicos, esas deshonras,
y de la begonia roja que destella peligrosamente
en una cornisa a seis pisos de altura,
o de las chicas de piernas larguísimas que juegan a la pelota
en el patio de la secundaria.
Nadie nos imaginó. Queremos vivir como árboles,
sicomoros en llamas en el aire sulfúrico,
veteadas de cicatrices, floreciendo efusivas,
nuestra pasión animal arraigada en la ciudad.
Qué tiempos son éstos - Adrienne Rich
Hay un lugar entre dos arboledas donde el pasto crece cuesta arriba,
y el viejo camino a la revolución se pierde entre las sombras
cerca de una casa de reunión abandonada por los perseguidos
que desaparecieron en estas mismas sombras.
Yo anduve por ahí juntando hongos al filo del terror, pero no se engañen,
no es un poema ruso, esto no es otra parte, esto es acá,
nuestro país se acerca más y más a su verdad y a su terror,
a sus propias maneras de hacer desaparecer gente.
No te pienso decir adónde queda ese lugar, donde se encuentran la maraña
tenebrosa del bosque y la franja de luz sin señalización:
encrucijada llena de fantasmas, paraíso mohoso:
ya sé quién quiere comprarlo, venderlo, hacerlo desaparecer.
Y no pienso decirte adónde queda, ¿para qué hablo,
entonces? Porque vos todavía sos capaz de escuchar, porque en tiempos como éste,
para que vos te dignes a escuchar, es necesario
hablar sobre los árboles.
Traducciones - Adrienne Rich
25 de diciembre de 1972
Me mostrás los poemas de una mujer
de mi edad o más joven,
traducidos de tu idioma
Aparecen ciertas palabras: enemigo, horno, pena
me bastan para saber
que es una mujer de mi época
obsesionada
con el Amor, nuestro tema:
le colocamos guías para que crezca por la pared como una enredadera
lo horneamos como un pan en nuestros hornos
nos lo pusimos en los tobillos como si fuera plomo
lo miramos con binoculares como si
fuera un helicóptero
que traía comida a nuestra hambruna
o el satélite
de una potencia hostil
Empiezo a ver a esa mujer
haciendo cosas: revolviendo arroz
planchando una pollera
tipeando un manuscrito hasta el amanecer
tratando de hacer una llamada
desde una cabina telefónica
el teléfono no para de sonar
en la habitación de un hombre
ella escucha que él le dice a alguien:
“No te preocupes, ya se va a cansar”
lo escucha contarle su historia a su hermana
que se convierte en su enemiga
y a su manera
va a iluminar su propio camino a la pena
sin saber que esta forma de dolor
es compartida, innecesaria
y política
De atlas del mundo difícil - Adrienne Rich
Yo sé que estás leyendo este poema
tarde, antes de irte de la oficina
con el manchón amarillo brillante de la lámpara y la ventana cada vez más oscura
en la calma de un edificio en silencio
largamente pasada la hora pico. Yo sé que estás leyendo este poema
de pie en una librería lejos del mar
un día gris de principios de primavera, leves copos transportados
por la vasta extensión de la llanura que te rodea.
Yo sé que estás leyendo este poema
en una habitación donde tuviste que soportar demasiado,
donde las sábanas se enrollan estancadas encima de la cama
y la valija abierta habla de vuelos
pero vos todavía no podés partir. Yo sé que estás leyendo este poema
mientras el subte pierde impulso y antes de subir las escaleras
para encontrarte con un nuevo amor
que tu vida no había permitido.
Yo sé que estás leyendo estos poemas a la luz
de la pantalla del televisor, donde las imágenes sin sonido se sacuden
y se deslizan mientras vos esperás el noticiero sobre la intifada.
Yo sé que estás leyendo este poema en una sala de espera
de ojos que se encuentran y se esquivan, de identidad con los desconocidos.
Yo sé que estás leyendo este poema alumbrada por luces fluorescentes,
con el aburrimiento y el cansancio de los jóvenes excluidos,
y que se excluyen a sí mismos, desde muy chicos. Yo sé
que estás leyendo este poema con tus ojos que ven cada vez menos,
y tus gruesos cristales agrandan estas letras hasta que pierden el sentido
y sin embargo vos seguís leyendo porque hasta el alfabeto es muy preciado
Yo sé que estás leyendo este poema mientras vas y venís al lado de la hornalla
calentando la leche con un bebé que llora sobre un hombro y un libro en la mano
porque la vida es corta y vos también tenés sed.
Yo sé que estás leyendo este poema que no está en tu idioma
tratando de deducir qué significan algunas palabras mientras otras te dejan seguir leyendo
y quisiera saber cuáles son esas palabras.
Yo sé que estás leyendo este poema atenta a lo que puedas escuchar, desgarrada
entre la amargura y la esperanza,
volviendo una vez más a la tarea a la que no podés negarte.
Yo sé que estás leyendo este poema porque no hay otra cosa que leer,
ahí, donde caíste, al desnudo como estás.
Tuesday, April 29, 2025
Pájaro enjaulado - Maya Angelou
PÁJARO ENJAULADO
El pájaro libre salta
al lomo del viento
y flota viento abajo
hasta que cesa la corriente;
moja sus alas
en el naranja de los rayos de sol
y osa reclamar el cielo.
Pero un pájaro que acecha
en su jaula angosta
apenas puede ver tras
las rejas de rabia
sus alas están contraídas y
sus pies atados luego,
abre la garganta para cantar.
El pájaro enjaulado canta
un temeroso trino
sobre algo desconocido
mas ansiado aún
y desde la lejana colina
se escucha la melodía
pues el pájaro enjaulado
canta a la libertad.
El pájaro libre imagina otra brisa
y tenues vientos alisios
entre árboles anhelantes
y los gruesos gusanos que aguardan
en el pasto iluminado de alba
y designa al cielo como suyo.
Pero un pájaro enjaulado permanece
inmóvil sobre la tumba de los sueños
grita su sombra en el clamor de una pesadilla
sus alas están contraídas y sus pies atados luego,
abre la garganta para cantar.
El pájaro enjaulado canta
un temeroso trino
sobre algo desconocido
mas ansiado aún
y desde la lejana colina
se escucha la melodía
pues el pájaro enjaulado
canta a la libertad.
Una torta del día de los muertos - Denise Levertov
Cada vez que abro un libro tuyo, madre, me caen tus apuntes en la falda. “Ábside: una abertura semicircular o en forma de polígono, por encima de un techo abovedado”, dice una. Me acuerdo de las grietas que había en tu cielorraso, culpa de un terremoto, y que dejaste así. No es que en verdad hubieses elegido dejarlo en ese estado. “No hay nada menos real que el presente”, dijiste. Cuando intento llorar y no me salen lágrimas, se me contrae la garganta, igual que se me contraían los pies cuando corría inconsciente hacia el mar congelado, en la hora de natación, cuando iba a visitar a Nik al campamento de verano. Lo que me duele no es sólo tu ausencia, pálida y apagada, irrevocable, sino saber íntimamente tus aspiraciones, la profesora que llevabas dentro, la artista que buscaba ser reconocida. A los que no te conocieron, tu esfuerzo inclaudicable por aprender seguramente les parezca un triunfo; para mí es algo muy conmovedor. Yo sé bien cuán perpleja te sentías. Yo sé que fui la única que supo cuán sola te sentías. reservada, orgullosa, observadora, irreverente aún a los noventa, y sin embargo humilde. “El forzar la consciencia”, subrayaste en Panofsky, “es peor” (esta cita es de Castellio) “que asesinar a un hombre con crueldad, porque negar las propias convicciones destruye el alma”. Y dice Bruno: “La época en que a mí me ha tocado vivir, en la que vivo y viviré, me hace temblar y tambalear y a la vez me sostiene”. Cinco meses antes de que murieras, me recordaste las canciones que solías cantarme para que yo aprendiera a contar, o las veces que bailábamos al son de tus canciones; bajo la luna, alegremente, cantabas y hacías mímica: Tengo muy sucios los zapatos, y ya no tienen casi suela, y yo no tengo ni un bolsillo para meter una moneda. Una torta del día de los muertos, señora, por favor, una torta del día de los muertos. Y sin embargo, en esa época, hacía dos años que casi no me escuchabas y que apenas veías para leer. Cada vez nos hablábamos menos. La pena es mucha. Madre, ¿qué hago con ella? La sal sigue moliéndose en la cajita mágica. |