Me cuento a mí misma el cuento:
hubo una época en que todo
estaba entero
tu cuerpo era un elástico, tu cabeza
el centro de gravedad. Tenías fuerza.
La vida era un durazno
íntegro, dorado
todavía enganchado a la rama.
En la paciencia estaba el secreto.
Y no supiste, y después
ya estaba hecho. El chasquido
de esa rama al quebrarse
te golpea todavía la cara.
Vendada la cabeza, tratás
de recordar quién sos. A veces
hay una astilla, una luz, algo
no del todo inconexo.
Y te preguntás si quienes somos
es lo mismo que quienes éramos
si quienes éramos
es lo mismo que podríamos ser.
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