Pensé en la felicidad, en cómo se teje a diario
con el silencio de la casa vacía
y en que no es súbita ni gratuita, sino
una creación, como el crecimiento de un árbol.
Nadie lo ve, pero detrás de la corteza
crece otro círculo en el anillo que se expande.
Nadie oyó a la raíz cavar más hondo en lo oscuro,
pero por ese trabajo interno el árbol se eleva,
sus penachos brillan y sus hojas destellan.
Así, la felicidad se teje con la paz de las horas
y hunde sus raíces en lo profundo de la casa sola:
en el rincón, el busto antiguo; los pisos frescos encerados;
cortinas blancas que ondulan suave y continuamente
cuando libre se mueve el viento silencioso por el cuarto;
una biblioteca, una mesa y la pared blanqueada—
esos son los dioses de la casa, queridos y familiares,
aquí el trabajo de la fe puede hacerse mejor
y el árbol que crece es musical y verde.
¿Porque qué es la felicidad sino crecer en paz,
el sentido atemporal del tiempo cuando los muebles
pasaron toda una vida en el mismo lugar
y los sueños viejos, con el viento al moverse, agitan
las hojas de la felicidad presente?
Nadie oye una idea ni escucha un pensamiento
pero donde se vivió en introspección
el aire queda cargado de bendiciones y bendice,
las ventanas miran a las montañas y las paredes son amables.
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