con sus costillas llenas de musgo,
inútiles defensas
de maderas agujereadas
donde asoman tornillos desvalidos y toscos,
sauces obstinados en sus verdes ramajes
sobre el tronco caído mecido por el río,
añosas casuarinas
mostrando sin pudor sus raíces al aire
y verdes enloquecidos
cayendo sin prisa
hasta el borde de los riachos.
Muelles, muelles, muelles.
Veleros sin velas
y cruceros con mujeres doradas
bajo la toldilla,
fuera de borda veloces
y esquiadores saltando la estela de las lanchas,
frágiles remeros mirando a su timonel,
grandes botes de carga, almacenes flotantes,
pequeñas canoas para los mandados
y un hombre parado
en la popa de su chalana
con la pala contra la nube
que se recuesta en el agua
y mirando,
en el enorme silencio del atardecer
cuando el zorzal llama
monótono y armonioso
y se encienden las luces de las casas
que navegan
entre los árboles y las hortensias.
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