Wednesday, April 13, 2022

Ondas de radio - Raymond Carver

para Antonio Machado

La lluvia paró y la luna apareció.
No entiendo nada sobre las ondas de radio.
Aunque creo que viajan mejor justo después
de una lluvia, cuando el aire está húmedo.
En cualquier caso, puedo sintonizar
con Ottawa o, si quisiera, con Toronto.
Recientemente, por las noches, se ha despertado
en mí un suave interés por la política canadiense
y sus asuntos internos. Lo que buscaba aún más
eran sus emisoras musicales. Podría quedarme sentado
y escuchar, sin tener nada que hacer ni pensar.
No tengo tele y había dejado de leer
los diarios. Por las noches, encendía la radio.

Cuando vine aquí estaba tratando de ausentarme
de todo. En especial, de la literatura.
Con lo que conlleva, y lo que sigue después.
Existe en el alma un deseo de no pensar.
De quedarse quieto. Junto a ello,
el deseo de ser estricto, sí, y riguroso.
Pero el alma es también un conchesumadre blando,
no siempre confiable. Y lo había olvidado.
Escuché cuando decía: “Mejor cantar lo que se fue
y no volverá más allá de lo que aún permanece
con nosotros y que seguirá con nosotros mañana.
O no. Y si no, también está bien.
No tenía mucha importancia, decía, que un tipo cantara.
Esa es la voz que oí.
¿Se imaginan que alguien piense así?
¿Qué todo da igual?
¡Qué sinsentido!
Pero yo pensaba todas esas estupideces por las noches
sentado en la silla mientras escuchaba mi radio.

Entonces, Machado, ¡la llegada de tu poesía a mi vida!
Fue un poco como un tipo de mediana edad enamorándose
de nuevo. Un hecho extraordinario, tal vez también vergonzoso,
para presenciar.
Tonterías como colgar una fotografía tuya.
Llevaba tu libro a la cama conmigo
y dormía con él a mano. Una noche, un tren iba
por mis sueños y me despertó.
La primera cosa que pensé, con taquicardia,
allí en el dormitorio a oscuras, fue:
Está bien, Machado está aquí.
Luego pude volver a dormir otra vez.

Hoy tomé tu libro cuando salí a dar
un paseo. “¡Presta atención!” dijiste
cuando alguien preguntó qué hacer con su vida.
Entonces miré alrededor y tomé notas de todo.
Luego me senté al sol con él, en mi lugar
al lado del río donde podía ver las montañas.
Cerré mis ojos y escuché el sonido
del agua. Después los abrí y comencé a leer
“Las últimas lamentaciones de Abel Martín”.
Esta mañana pensé mucho en ti, Machado.
Y espero que recibieras el mensaje que te envié,
sabiéndome incluso en frente de lo que se dice muerte.
Está bien si no lo recibiste. Duerme bien. Descansa.
Espero que tarde o temprano nos encontremos.
Y pueda yo mismo decirte todas estas cosas.




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