La voz del poema, la voz que el poeta cree su voz. Su condición de vanguardia consiste en ser retaguardia, vigía del fondo, tragafuegos que se funde con la última silueta anónima del cortejo de la feria. Ella lo sostiene, desde lejos, desde atrás, y lo impulsa a ser la cresta. Fondo y figura moviéndose fugaces bajo el tambor del corazón.
Las tareas de esta voz: permanecer atenta a lo inútil, a lo que se
desecha, porque allí, detalle ínfimo, se alza para ella lo que ella siente
epifanía. Las tareas de esta voz: deshacer las cristalizaciones discursivas de
lo “útil” y tejer una red de cedazo fino capaz de capturar las astillas de
aquello que se revela. Atención y artesanía. Las tareas de esta voz: desatarse
de lo aprendido que debe previamente
aprenderse, y disminuir así los ecos de las voces altas para dejar oír la
pequeña voz del mundo.
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