Saturday, December 21, 2019

Una nota musical que insiste - Beatriz Vallejos

Entrevista realizada por Enrique Butti para El Litoral de Santa Fe el viernes 15 de enero de 1988. En la edición del diario tampoco se incluyen las preguntas.
VIDA
Mi padre hablaba perfectamente el idioma guaraní, y me transmitió el gusto por la esencia de esa lengua. “El laconismo de los griegos”. Mi padre era riguroso en el decir. Era jardinero por vocación y farmacéutico por oficio. Yo lo veía sobre la balanza de precisión, midiendo ínfimas porciones, pesando el mercurio..
Y después mi madre, tejedora, maga de la cocina, preparando ese volcán de harina que enseguida se transformaba en una masa.
Mi madre vino a los 15 años de Italia: me transmitió sus noticias de los malones. La palabra paisano se pronunciaba en casa con un tono muy especial. Mi inquietud social nace de esas experiencias.
Mi padre y mi abuelo italiano eran buenos lectores de la literatura del siglo XIX, sobre todo francesa: Victor Hugo, Émile Zola, Romain Rolland. Esos fueron mis primeros libros. Lei poca poesía: sólo aquella tradicional que se estudiaba en la escuela. Me divertía Quevedo. Me divertía escribir cartas.
No me interesó calzar mi alma en un molde.
En mi poesía está, más allá de la aparente ingenuidad, lo patético. Y se expresa sobre todo a través de un temor en medio del cual crecí: el miedo a la creciente, a la inundación y a la sudestada. La farmacia de mi padre, en el puerto antiguo de Colastiné, fue invadida dos veces por las aguas.
Dialogué con el misterio, en un juego que no ha terminado todavía. Siempre. Esa es mi única verdad, una verdad que no puedo cambiar.
PINTORES
Gudino Kramer, en el 55, en Escritores y plásticos del Litoral, atribuyó la concisión de mi poesía a mi carácter retraído, De hecho, yo crecí alrededor de personas silenciosas.
Yo sufría de soledad, porque encontraba que en mi poesía no me parecía a nadie.
Mi poesía tomó mucho de pintores. Francisco Puccinelli me transmitió la impronta de la transparencia. Me venía a buscar para salir a pintar. “Ves qué fácil es?”. me decía.
Cuando estaba nublado Puccinelli decía que era un día ideal para pintar flores. Había que quedarse dentro de la casa e iluminar el día de alguna manera. Así, yo escapo de lo patético y busco la paz.
Me rodeo de un entorno inocente, de magia.
De los intelectuales, ¿qué puede esperarse sino prejuicios?
De Matías Molina aprendí las veladuras del misterio. Esas lagunas, esas figuras en medio del juncal…
De Enrique Estrada Bello aprendí la lección de humildad de la naturaleza y de sus colores sin violencia.
Después está Gambartes, que nos demuestra que el mito vive en el Litoral, un mito que no es pintoresquismo añadido.
Yo recibí tanto, a manos llenas: no creo haber dado nada. Pero quiero devolver, devolverlo en la forma más pura.
Un día de mi adolescencia vi una exposición, frente al teatro Municipal. Había un cuadro azul, con una línea horizontal alumbrada por una luna que no estaba en el plano. “Bueno, la búsqueda de precisión que hay en mi poesía viene de ese cuadro suyo, le dije a Supisiche un día.
POESÍA 
Recién me interesé en el haiku después de haberlo encontrado por mi cuenta. Yo también, como los haikus, buscaba una resonancia de lo inasible y de lo tácito.
Al leer una antología de poesía primitiva, compilada por Ernesto Cardenal, también me encontré. Ahí estoy, me dije Lázaro Flury me habló un día del chamamé. De por que suele no tener métricas precisas.
Porque copia los recodos, el silencio del río. Así entendí también mi poesía: “Está de seibo la sombra del timbó”
Yo no me propongo escribir un poema. Viene. Es como una nota musical que insiste. Espero, como se espera que florezca una planta. Otras veces, quienes me reclaman son las voces familiares.
Yo considero que escribo un solo libro. Cada nuevo libro es un enhebrarse en el mismo hilo.
Yo busco mi humilde verdad. Sigo a Walt Whitman, cuando hablan a los poetas del porvenir les aconseja pensar si lo que uno va a decir no está ya dicho. No por un afán de originalidad, sino de genuinidad.
La cultura no es una suma de lecturas, sino una esencia, un aprehender.
Alberto Lagunas se refirió a mi poesía llamándola “marginal: Dos islas en Rosario: Hugo Padeletti y yo.
Todo lo que hice fue con convencimiento y fervor. Siempre me sentí libre al escribir.
La imagen viene y la escribo; no intento atraparla.
“Advierto que el que se aproxima se distancia” (Lao Tsé)
Cuando yo me releo y veo lo nuevo y descubro lo apartado, entonces me alegro. Pero no es que me crea importante. La palabra es sagrada; creo en la sacridad de la palabra. Me gustaría ser un día anónima, patrimonio del pueblo.
Hay que extraer la palabra del silencio, con cuidado. Sólo tomo del silencio las palabras necesarias. El silencio es el padre de la música. El misterio es el hijo de la transparencia.
Hay que extraer la palabra con amoroso cuidado, para que no se quiebre en retórica, para que sea en poema, es decir, en infinito.
Reconozco la buena poesía en lo honesto y en la escritura que cumple estos tres requisitos dosis de transparencia, de misterio y de precisión.
Huidobro decía: “No nombréis la rosa: hacedla florecer en el poema”.
Huyo de la comparación, del como: una cosa es igual sólo a sí misma, no puede ser parecida a.
Ungaretti: “Busco mi lugar inocente” Cuando yo encuentro ese lugar inocente en un poema, digo aquí está.
Por eso amo a Emily Dickinson, un ser culto, aislado, que dio su esencia. Como aquel poeta chino del siglo VII que escribió: “El loco con grandes gestos se perdió en la noche. / Parecía un segador de estrellas”
Algunos dicen que en mi poesía hay metafísica. Yo no me lo propongo. Pero noto que tiene cierta religiosidad.
Hay largos periodos de silencio en mi quehacer poético. En un tiempo me dediqué a la artesanía de la laca, durante nueve años, trabajando con los mismos motivos: el río, el junco, los pájaros.
He hablado poco, he escuchado mucho. Joan Miró decía: “No hay que tomar apuntes. Hay que salir con una corona de ojos. Y con una de oídos, agregaría yo. Escucho, si. Este lugar es un gran reservorio del decir.
Hoy escuché al pescador. Terminó diciendo: “Y por eso yo creo en todo. En todo. En lo mío y en lo que puede suceder. Nunca se sabe’:
Me ciño tanto que quizás algún día me quede callada
Últimamente quizás haya en mí una cierta urgencia. Tal vez sea como la urgencia del río por desembocar. Siento que estoy por terminar ese libro único del que hablaba
Quizás sea el trance más dichoso y más difícil: elegir lo que quisiera que quede y lo que quisiera llevarme. Quizá tenga que ver también el hecho de que soy la última Vallejos de mi generación.
Estoy llorando. Y eso, ¿cómo se escribe?

del El collar de arena, UNL

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