"decir
fidelidad nos abre al fin los ojos"
Zbigniew
Herbert, Sillita
Después de
mucho tiempo duermo en la cama
de mi
juventud.
En realidad
no es una cama,
sino un
sofá.
Emparchado,
hundido en el medio,
con
resortes que chillan largo.
Pocos
yacerían sobre él sin miedo.
En cambio
yo lo quiero como a un juguete roto.
Durante
quince años suspiramos juntos.
Èl por mi
peso,
yo por el
aumento de la temperatura,
las malas
notas, un amor desgraciado.
Él fue mi
caballo alado,
mi Argo, mi
isla solitaria.
En todo
momento un compañero excelente.
Después
dejé mi hogar, a mis padres
y mi
juventud.
Llegaron
otras camas,
camas de
una noche en hoteles baratos,
camas con
olor a leche de los cuartos de las chicas,
la dura
litera militar.
Llegó el
colchón
que llevó
como un eterno viajero por el mundo.
Pero
ninguno de esos lechos tiene nombre.
El nombre
está reservado sólo para él.
Por eso lo
llamo de noche.
Y él me
responde con un quejido fiel y callado.
Que levemente
encrespa la superficie de la noche.
Versión de Pablo Fajdiga
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