“En algún lugar, alguien viaja hacia ti,
viaja día y noche” (Anne Carson)
Trato de hacer todo con cuidado.
Se me encarga que mantenga la casa en orden
y así lo hago, primero con desesperación, luego sin pensarlo
(sin preocuparme como cuando estoy frente a la luz);
entonces barro las hojas que cubren el patio,
estiro la ropa en sogas, cocino, quito el polvo,
atiendo a los capullos de las jardineras de ladrillos:
velo su crecimiento, su raro sueño de puños cerrados.
Asumo mi tarea con sudor y culpa,
pero cuando boto las conservas vencidas por el inodoro,
me quedo allí parada por varios minutos.
Es un alivio ver cómo el agua limpia absorbe y se lleva todo.
Descanso increíblemente viendo cómo es succionado
el mal olor de nuestras vidas, y emerge de eso que parecía vómito de niño,
una espuma similar a la del mar.
Es difícil estar pendiente de la suciedad, de los restos
que dejamos en los baños, en los platos, en los pasillos,
es como estar levantando lo que el tiempo nos hace a cada minuto
en nuestra intimidad y queda con telarañas en unos rincones.
Realmente es duro, pero cuando veo esa espuma que se ha llevado
lo malo, es para mí como una canción, una que me dará fuerzas
cuando venga la noche
y no tenga otra voz
sino esa con la que contesto el teléfono.
De Fábulas de una caída
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