Si fuera un charco de agua, un alambrado,
si fuera cualquier cosa, una bota en su estribo
-con espuela sería demasiado-,
si fuera cualquier cosa menos esto
no tendría este asco.
En un duelo a cuchillo
adentro mío
se están jugando mi alma
como carne a pedazos,
y en el chocar asqueante
de cuchillos,
que es cada vez más íntimo,
se me está ensangrentando y revolviendo
todo esto que era mío
y que era limpio:
el corazón, el sebo de las tripas,
nudos de venas
y hasta los testículos.
Qué lindo no tener adentro nada.
Ser como lazo, o ser la puñalada.
Qué lindo ser de afuera
y no de adentro,
como el campo y los pájaros,
como el viento o el hacha.
O si no ser de canto por afuera
y por adentro hueco,
como las guitarras.
Qué lindo entrar hasta estos que pelean,
como la muerte, armado de guadaña,
y acabar con el asco de las tripas
en una flor de sangre, inmensa y rápida.
Quedar vacío, ser como alambrado,
como dulce guitarra,
o como el aire fresco en los pulmones,
con su memoria de alas.
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