Y
coincidimos en el terral
el heladero
con su carretilla averiada
y yo
que corría
tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También
coincidió el sol.
En esa
situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero
me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo
fugaz bajo el sol…
El hielo
empezó a derretirse
bajo mi
sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba
seres esbeltos y primordiales
que sólo un
instante tenían firmeza
de cristal
de cuarzo
y enseguida
eran formas puras
como de
montaña o planeta
que se
devasta.
No se puede
amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido,
me dijo el sol.
Y así
aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir
con la vida:
yo soy el
guardián del hielo.
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