Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento
de partida. Flores, semillas y
plantas mueren
para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay
momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano,
para verlo excediéndose de sí,
mientras la
sombra de su caída anuncia
en el macizo
fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del
sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo
contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige,
a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano
que recorte y modifique
la tierra
desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche
helada. El jardín mata
y pide ser muerto
para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos
en el lugar errado,
disuelve la
ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en
diferencia como
cielo azul oscuro
contra la pena. Gota
regia de la
tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más
lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín.
Desenterraste mi corazón de tu cantero.
Fragmento (de Estado de derecho, El Jardín, 1993)
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