Compartir poesía en Villa Mercedes te hace muy pero muy feliz
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Pato Torne |
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Lo de estos días fue
una fiesta de la poesía, un encuentro fraternal y hermoso. Larga vida al ciclo
de poesía Pretexto de Villa Mercedes, San Luis. Gracias al gurú de la poesía
Pato Torne. Gracias a los compañeros que fueron muy generosos y amables. Gracias
Gordo León por hacernos reír y cocinarnos cosas ricas y regalarnos esos limones
que parecen mandarinas. Paréntesis: los nueve perros de la casa del Pato y el Gordo
nos dieron sus mimos también. Entre esos nueve perros, estaban la Niña Loly, la
diputada Negre de Alonso, Theo, un mimoso profesional y Blanquita la perra
ciega que nos chocaba todo el tiempo y ladraba siempre para el lado equivocado.
Escribo rápido y
desordenado con la emoción reciente y revuelta. Leí poesía junto a Alejo y
Estela. En Alejo descubrí a un gran poeta –de esos que escriben versos que te
gustaría que fueran tuyos, versos profundos - y a un reidor de lujo: Alejo
tiene la risa más poderosamente genial que haya escuchado en los últimos
tiempos.
Estela era la primera en leer y ni bien la escuché me enredó con la
musiquita de sus poesías y la forma en que recitó. Además cuando terminamos la
lectura, se refirió al “estado” en el que está uno cuando escribe. Un
estado que te impulsa a escribir y que te puebla la cabeza como de mantras o de
voces extrañas, “un estado en el que quiero estar siempre porque me llena de
gozo”, dijo después. Durante el banquete, conocimos a su compañero que también
se llama Juan, como el dueño de casa. Tiene barba y pelo largo, habló de logias
y se dejó ver como a un gran cronista de San Luis.
Porque encima eso.
Terminó la lectura y nos fuimos a comer pollo a lo de Juan, uno de los poetas
del taller del Pato Torne que gentilmente nos abrió las puertas de su casa. Su
familia nos recibió como a amigos de toda la vida con una mesa larga preparada
para las charlas, los brindis y las anécdotas. Por suerte en un momento
aparecieron unos papeles impresos de poesía de Juan y ya avanzada la noche, el
Pato Torne leyó uno en voz alta. Todos hicimos silencio y escuchamos.
Me encantó la poesía
de Juan porque está escrita con el corazón.
Me acuerdo de un poema que hablaba de los amigos que se dispersan con el
tiempo. Y también me acuerdo de otro que me anoté en un papelito porque mi
memoria se enquilomba: “Cuando
llegue la noche/ y tu luz no se encienda,/ arráncate la pena con esa melodía/ que
los cuervos cantan/ cuando están hambrientos”.
En la cena o en la
sobremesa nos enteramos que Francisca –otra de las poetas que quisiera leer y
escuchar pronto- actuó en varias películas. Me acuerdo de otros... Darío, que es un
poeta que se dedicaba al fútbol y me hizo reír mucho; Érica que me dijo que
estaba con unos proyectos de imagen y texto y después le sacó una foto a mi
bufandita porque le pareció linda; Esteban, el compañero que no paró de
preparar Fernet durante toda la noche -¡fundamental, genio!-; Nancy que después de la
noche de poesía vino a lo del Pato con dos bandejas de fideos que eran un
flor de poema y así otros con los que charlamos y nos dieron sus abrazos y
risas durante estos días.
Antes de venir,
grabé al Pato Torne recitando uno de sus poemas: “Había que cantar y cantamos,
con los recursos mínimos, casi al borde de la desesperación, cantamos. Como
quien celebra su paso por la vida. Más allá de las desgracias, o revirtiendo
las desgracias, cantamos”.
Y como sigue diciendo
el Pato en ese hermoso poema: “Todo estaba dispuesto para que esa tarde cantemos, y de los viejos
roperos sacamos lo mejor, de modo tal que el corazón viniera a disponerse con
el canto, y azuzado por el tic de la elegancia, más que latir, cantara”.
Ya llegamos a Buenos Aires y seguimos cantando. Gracias a los compañeros de Villa Mercedes. Ojalá nos veamos pronto. Estamos muy contentos y ya vimos las fotos del encuentro como cinco veces. [Hablo en plural porque fui con mi compañero que está tan feliz como yo, mi compañero, que según el Pato es mi chongo y consorte].
¡Que viva la poesía!
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